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Casas grandes o diminutas: una historia inmobiliaria

Noviembre 8 de 2021
POR JUAN ESTEBAN MEJÍA UPEGUI | PUBLICADO EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 2021

Un espacio de trabajo, estudio y ocio, las viviendas han cambiado y con ellas las preferencias al comprarlas.

A lo largo de la historia, la salud ha sido un motivo de peso para ajustar la manera de habitar zonas urbanas y rurales. El historiador Jorge Orlando Melo cuenta que en el siglo XIX “las ciudades no tenían alcantarillado. La gente desocupaba las bacinillas en las calles y esos desechos se volvían nidos de parásitos que causaban altas tasas de mortalidad por enfermedades digestivas”. Fue necesario, entonces, instalar tuberías para llevar agua limpia a las casas y sacar la sucia sin afectar a los vecinos.

l arquitecto Carlos David González, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), explica que a finales de ese siglo y principios del XX, una epidemia de tuberculosos mató a decenas de jóvenes en Europa. La bacteria sobrevivía en lugares oscuros y poco aseados y los pacientes mejoraban en lugares ventilados e iluminados. “Grandes arquitectos de ese entonces diseñaron hospitales, sanatorios y viviendas con ventanas grandes que permitían la entrada del sol y el flujo de aire adentro de los espacios”, dice el profesor González.

Así como pasó en otras épocas, la pandemia causada por el coronavirus cambió desde el 2020 la forma como las personas valoran la vivienda. “Si bien ya era un bien de alta importancia, la necesidad por preservar lo más esencial hizo que la casa se consolidara como la mejor inversión de un hogar”, explica Cristina Toledo, gerente en Medellín de la inmobiliaria La Haus.

Vivir en grande

Como las cuarentenas restringieron la movilidad y la tecnología facilitó los trámites virtuales, dejó de ser necesario movilizarse con frecuencia. Según Toledo, eso incrementó el interés de los compradores por las viviendas campestres.

Esta forma de habitar existe en el país desde hace siglos. El historiador Melo cuenta que los caciques muiscas vivían en casas grandes porque su estilo de vida así lo exigía, pues debían alojar servidumbre, parientes nobles, sacerdotes y chamanes que trabajaban para ellos. En su libro Historia mínima de Colombia, narra que durante la conquista, los propietarios españoles permanecían en viviendas urbanas y tenían haciendas rurales desde donde administraban negocios. Algunos se iban a vivir a sus fincas por temporadas, pero estas siempre fueron una segunda opción.

Hoy, en cambio, para algunas familias es prioritario este tipo de viviendas porque facilita la convivencia, el desarrollo de obligaciones diarias y el entretenimiento. “En el caso de Colombia, los entornos rurales tienden a ser más económicos que los urbanos, de manera que vivir en una casa campestre puede ser más barato”, comenta Toledo, de La Haus. Además, el campo posibilita el distanciamiento y una mayor privacidad porque suele tener menos habitantes y promueve la vida tranquila con aire puro, silencio y paisajes naturales.

Sin embargo, estas viviendas no son para todos. “Es posible que se esté dando una intención de volver al campo, pero considero que quienes pueden hacerlo son las personas de clases medias y altas”, comenta el historiador Melo. Para quienes deben realizar sus trabajos de manera presencial en la ciudad no es la mejor opción por los tiempos y los gastos que implicaría desplazarse. Fuera de eso, tener un espacio amplio resulta más costoso en adecuaciones, decoración, muebles y mantenimiento.

Espacio mínimo

Otra tendencia son los apartamentos pequeños. Lo que se conoce como microliving o coliving surgió en el 2000 en Asia como una manera de vivir en un área mínima dentro de la ciudad. Esto fue producto de la sobrepoblación, la falta de espacio, el incremento de hogares conformados por una sola persona y el aumento en el costo del suelo. Después, países europeos acogieron la idea y hoy son comunes las viviendas que en apenas ocho metros cuadrados contienen habitación, cocina, sala y baño. La lavandería suele estar en zonas compartidas de los edificios. “Este concepto es todavía muy nuevo en Colombia, pero ya hay amplia oferta en Bogotá y estamos seguros de que será cada vez más frecuente en Medellín”, dice Toledo, de La Haus.

El profesor Jorge Correa, de la Corporación Universitaria del Caribe, publicó un artículo en la revista Procesos Urbanos donde cuenta que el concepto de vivienda mínima se creó para alojar a personas de menores ingresos. El tamaño de las casas para estratos bajos en Colombia ha disminuido y hoy Bogotá las admite de 15 metros cuadrados, mientras Medellín exige que sean de al menos 30.

Los apartamentos pequeños ya no son solamente para aquella población. Ahora, quienes viven solos encontraron allí la oportunidad de tener casa propia. Ellos se volvieron atractivos para el mercado porque, según el Dane, han incrementado, pues de cada cien hogares censados en 2005, once eran unipersonales mientras que, en 2018, fueron 18,6. Los más interesados en estas propiedades son normalmente jóvenes profesionales entre los 25 y 35 años.

Aquellas viviendas ofrecen diferentes ventajas. “Al tener zonas compartidas, los costos de los servicios suelen ser inferiores”, comenta la gerente Toledo. Además, el espacio pequeño exige pocos muebles y decoración. Por eso, son una opción llamativa para las nuevas generaciones, que prefieren más las experiencias que las pertenencias. Como es una alternativa urbana, estos apartamentos por lo general están ubicados cerca de vías de transporte y zonas de trabajo, estudio y diversión.

Pero aquellas viviendas también tienen puntos débiles. “Quienes disfrutan más los espacios propios y buscan momentos de distanciamiento podrían no disfrutar de un coliving”, explica Toledo. Fuera de eso, los miniapartamentos exigen atención en el diseño. Si este falla, la propiedad terminaría sin suficiente ventilación o iluminación, con una distribución incómoda y sin adecuado aislamiento de sonido. Además, el precio no es necesariamente bajo porque el área es mínima y, según el profesor González, de la UPB, tal vez estas viviendas no son lo ideal para soportar largos confinamientos, como los decretados durante la pandemia

MARTHA LUCIA OROZCO HOYOS
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